—¡Pasen a ver al oso...! ¡Pasen a ver al oso...! —retumba una voz impostada a la perfección aunque con un dejo de monotonía.
La gente, chicos y grandes, boquiabiertos, de a montón y arrempuja-que-te-arrempuja y, apenas conteniendo el miedo, avientan sus mejores monedas a la tarima, donde el animal existe atado a una frágil cadena.
Es un animal enorme, negro, de la más fiera de las apariencias y una dicción impecable con la que prosigue:
—¡Pasen a ver al oso...! ¡Pasen a ver al oso...!
8 dic 2008
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