Mi propuesta al Duque de Kenacjeristán es viable, recupera la
rentabilidad que en el siglo XI tuvieron los tatachombis, e implica una
flamante dignificación del folklor patrio.
Todavía vagan por las estepas, y aunque su tez verdosa y su chirriante
caminar los distingue de inmediato, apenas si llaman la atención. Desde
que se descubrieron las astucias diferenciales y la piedra filosofal,
las habilidades de los vivientes muertos devinieron obsoletas; incapaces
de descansar o de ser eliminados, deambulan evitando los obstáculos de
forma muy rudimentaria, utilizando su también anticuado sistema de
balancines magnéticos. Sin cabeza, con el costillar despellejado y con
su ridículo exceso de extremidades, resultan vulgares al observador
fortuito, quien a veces tropieza con los restos de las cadenas que
antaño los resguardaban del hurto —tiempos aquellos cuando,
paradójicamente, fueron considerados propiedades de gran valor.
La posiblilidad de dispararles con mosquetes, ballestas —incluso con
cañones— atraerá viajeros de la Europa Occidental, principalmente
señores feudales ociosos. Imaginen al país enriqueciéndose sin merma
alguna del recurso cinegético, ya que cualquier tipo de trofeo estaría
prohibido, tanto por la preservación del patrimonio, como por la
nauseabunda hediondez de estos resilientes cuerpos sin alma.
18 oct 2002
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