Le escribía versos muy hermosos. Le decía que en su corazón tenía un cofre donde atesoraba sus tersos ojos, la miel de sus caderas y la tan sutil sarta de marfil que se agazapaba tras sus labios rojos. Había suspiros y sonrojos, la suma de sus pechos y el tañido febril de ese cuerpo que despertaba en él un infierno de antojos.
En otro cofre —uno que guardó en el clóset— puso ojos, caderas, pechos y sonrisa. También tuvo cuidado de meter mucho algodón para absorber tanta sangre.
1 jun 2013
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario