Al anochecer busca refugio junto a una roca, y sueña que sus brazos se convierten en serpientes y que las venas del cuello se le hinchan y también son serpientes. Lo visitan imágenes de los gritos de espanto tatuados en el humo de las piras sacrificiales
De madrugada le llega un olor a tierra recién nacida, a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Se quiere morir, no puede. Se aleja dando tumbos y suplicando misericordia, deja un rastro de sangre y lo persiguen las últimas palabras de la hechicera: «Nunca dejarás de desear, ni después de muerto, mis sagradas formas».
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