—Lázaro. Levántate y anda... —no obtuvo respuesta.
El Mesías respiró con profusión y gritó como nunca se oyera antes gritar
— Levántate y anda —mas el cadáver seguía inmutable.
Jesús no desistió, a Él se unieron las voces de los cientos de miles ahí reunidos
—¡Levántate y anda!
Fue entonces que Lázaro dejó de luchar y, resignado, se unió al resto de los condenados. Todos juntos y sabiendo que no faltaba nadie, comenzaron a cruzar el umbral del infierno. El aroma a unguentos y perfumes del último de los resucitados se disipaba ya en medio de la pestilencia generalizada.
15 may 2002
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