16 ene 2003
Sechs Knoten
Hurga con desesperación su desordenada colección de cestas, cuerdas, redes y encajes. Patea todo y escupe sobre todo. Necesita entender los nudos que él mismo grabó días atrás y que ahora se resisten a ser interpretados. Son las tres de la mañana y su mente febril divaga por una imaginaria e intrincada neblina de voces —antiguos druidas, doctores árabes, sibilas— mezcladas con terribles visiones. Impreca a gritos contra Dante y Leonardo... Luego se arroja al piso para maldecir, entre vómito y gimoteos, aquella hora cuando suplicó ser iniciado. Suenan las cinco y tiene la cabeza atiborrada de trenzas, concatenaciones y ángulos imposibles. Camina —ávido y resignado— hacia donde guarda el precioso remedio y, aun sabiendo que así acelera su decadencia, lo necesita más que nada. Levanta la tapa y siente —en anticipación— el tremor, la angustia y la sed inextinguible. Seis arañas ascienden con lentitud los brazos, se esparcen por el cuerpo, caen los párpados... ¡Inspiración bendita!
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