Desde muy niña se había resistido a realizar esfuerzo alguno, pasaba el tiempo tirada junto a la milpa, viendo las nubes. Observaba con envidia a las vacas, que no hacían más que comer y dormir. Eso es lo que quería ser en la vida: ¡Una vaca echada!
El día que cumplió dieciocho años, doña Petra —su madre— siendo medio bruja, le dio unas yerbas. A la mañana siguiente devino vaca. Todos quedaron conformes. Los padres, pensando que habían adquirido un animal más para el rebaño, la muchacha, feliz de haber cumplido sus expectativas en la vida.
Fue a tumbarse a la sombra de un sauce y se puso a rumiar. Siempre había sido una chiquilla consentida y éso no cambió. Sus hermanos le dejaban a diario un par de pacas de alfalfa y un costal repleto de alimento balanceado.
La vida no podía ir mejor para ella hasta que, una tarde, cruzó la besana el toro de don Trinidad. No tuvo fuerzas para correr..., ni ganas
24 mar 2004
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