Las pesadillas no permiten que olvide el incendio de la Biblioteca Nacional, tragedia de la que fui testigo mudo e impotente. Aún veo como huyen —a pie, volando, a caballo— millones de personajes diminutos intentando salvar sus perfiles psicológicos, sus valiosos argumentos y aquellas queridas descripciones. ¡Nunca olvidaré los alaridos de espanto!
Una imagen regresa a mí, una y otra vez: Entre los últimos seres que alcanzaron a escapar del siniestro, pude distinguir a Lady Chatterley corriendo de la mano de su amante, mientras que su esposo —la silla de ruedas fuera de control— se despeñaba envuelto en llamas por la escalinata principal.
15 ago 2004
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