Salió del paupérrimo departamento por última vez. Sólo llevaba consigo una maleta y los documentos acreditándolo tanto para los procedimientos de reconstitución biónica como para la ciudadanía de élite. Al amanecer de su cumpleaños ciento cincuenta dio inicio el proceso de sustitución prostética y al caer la tarde se llevó a cabo el delicado reformateo celular. Estuvo toda la noche bajo estricta observación de los médicos.
Mientras entraba al flamante penthouse en un exclusivo barrio de Luxuriosa, comprendió que el mundo era otra vez mágico, todo olía a nuevo, también él. Pasó al dormitorio, arrojó a la cama su maleta y se detuvo frente al espejó: aquel varón estaba perfectamente formado y era hermoso, se sentía lleno de una energía vital cuya existencia antes ni siquiera imaginara. Podría vivir, tal vez, setecientos u ochocientos años con apenas unos cuantos ajustes. Dentro de su mente desfilaron las hermosas ninfas fotografiadas en la página tres de los tabloides proletarios —paseándose con la mínima ropa necesaria, de compras por las elegantes tiendas— provocándole una erección mucho más potente que cualquiera que pudiera recordar de su adolescencia.
Se contempló aún durante algunos minutos, luego se puso a hurgar en la vieja maleta. Entre las cosas que había conservado de su pasado, encontró el revólver .44, se introdujo la punta del cañón en la boca, echó atrás el percutor y jaló del gatillo.
11 ago 2002
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