La antigua mansión victoriana retumba con el rítmico vaivén de las tablas, la cítara y el shehnai. Los corazones de los hombres palpitan al unísono con la cadencia de la mágica danza que por momentos estalla en rapto frenético, para enseguida casi quedar inmóvil de tan en suspenso.
Los dedos rozan sutiles los labios de rojo amanecer, luego se retuercen como relámpagos en nubes de verano y se pierden como burbujas en un riachuelo. Las piernas que emanan de ese extraño vapor que las multiplica, entran y salen a placer, cual fantasmas, de los sueños. Y los ojos de miradas imposibles se funden con los de quienes ya no saben si ven una, diez o cien mil mujeres que bailan en el cielo.
Sale a la calle y van en pos de ella, hipnotizados. Dejan atrás el barrio inglés y caminan en trance por el distrito de las Luces Rojas. En el inmundo tiradero —la cloaca de Mumbai— la visión desaparece y la horda recupera de pronto el sentido, apelotonándose de pánico al comenzar el festín de los demonios que los torturan. Los alaridos de terror sólo hacen más delectables los exquisitos efluvios de pasión y sorpresa, y son devorados muy poco a poco.
18 abr 2003
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario