—¿Cuál es la prisa, mi hermano? —preguntó el aludido—, siempre has sido ley, famoso por levantar del petate, al rayar el alba, a tus acreedores. Mas mientes si dices que nada... ¿Y mi ahijada?, ¿la Mireya?, ¿la que acabo de sacar a sus quince años?
Silencio... Margarito se sentó de nuevo y propuso con frialdad: —Contra todo lo que está en la mesa, más tu rancho chico y los caballos. —Prendió un tabaco y se lo fumó como si cualquier cosa—. ¡Nunca dirán que se rajó un Guzmán!, ¡mucho menos al cuarto para las doce!
Cuando su compadre volteó el último siete, se paró otra vez y con voz sonora le dijo —mañana, a las primeras luces, será tuya la prenda que me jugué y perdí de fiado.
Al amanecer, un Juan Carbajal Domingo que arde en deseo se acicala para recibir a la linda niña en botón, a poco escucha en el empedrado las espuelas oxidadas del pagano. Las oye, instantes después, alejarse. Sale a cobrar la deuda y la halla sentada en el zaguán, trajeada de fiesta y con la dulce sonrisa de siempre; no puede dejar de admirarla, sigue igual de tierna y hermosa..., aún ahora que un cuajo de sangre le cuelga del cuello.
Silencio... Margarito se sentó de nuevo y propuso con frialdad: —Contra todo lo que está en la mesa, más tu rancho chico y los caballos. —Prendió un tabaco y se lo fumó como si cualquier cosa—. ¡Nunca dirán que se rajó un Guzmán!, ¡mucho menos al cuarto para las doce!
Cuando su compadre volteó el último siete, se paró otra vez y con voz sonora le dijo —mañana, a las primeras luces, será tuya la prenda que me jugué y perdí de fiado.
Al amanecer, un Juan Carbajal Domingo que arde en deseo se acicala para recibir a la linda niña en botón, a poco escucha en el empedrado las espuelas oxidadas del pagano. Las oye, instantes después, alejarse. Sale a cobrar la deuda y la halla sentada en el zaguán, trajeada de fiesta y con la dulce sonrisa de siempre; no puede dejar de admirarla, sigue igual de tierna y hermosa..., aún ahora que un cuajo de sangre le cuelga del cuello.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario