La chiquilla resistió hasta el último momento, mas tiritaba de frío y quería seguir viendo a la Virgen de Guadalupe. Puso fuego a la única lucecita que quedaba y se cerraron sus ojos: la explosión nuclear destruyó la Ciudad, calcinando a millones de habitantes.
Ambas, muy juntas, se alejaron caminando entre las ruinas, inmunes a la radioactividad.
—Me las hubieran comprado todas, ¿verdad madrecita? —aseveró la inocente vendedora.
—Claro que sí, mi'jita, pero ya me los chingué —contestó María, apretando con fuerza la mano de la niña.
29 ago 2003
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