—...Claro que no son seres racionales, ah, y no ven todos los colores que disfrutamos nosotras... ¡te va a salpicar la sangre, retírate un poco! —seguía su lección y trabajaba con el cuchillo al mismo tiempo.
¡Ya está! —exlamó, y ambas se arrodillaron. El fuego estaba a punto.
—Nunca olvides, mi pequeña, que somos discípulas del Sagrado Camino y nunca matamos por placer, sólo lo que nos vamos a comer y... —acortó el discurso al observar los ojos hambrientos de la niña— nunca cazamos nada que tenga cuatro patas, sólo humanos... ¡Da gracias conmigo!
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