Ella atestiguaba la consumación de la cópula, oculta apenas por una celosía. Excitados alaridos adolescentes, y viriles bufidos, espetábanle la húmeda y paroxística penetración. Hagar, alcanzando el clímax, clavó salvajemente sus uñas en los ijares de quien, muy hábil, desfloraba su inocencia. Los ojos de Abram quedaron blancos al tiempo que eyaculaba.
Súbitamente, Saraí, arrastrando consigo la cortina, se arrojó jadeando sobre el lecho venéreo. Quiso compartir aquel exquisito y brutal orgasmo que, al menos para ella, ocurría por primera vez en la vida.
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