13 sep 2002
Las cuitas del joven Juan Escutia
En el refectorio, Miramón —su ídolo— lo ha humillado frente a todos y ya no puede fingir más. El resto de la mañana lo ha pasado llorando en apartados escondrijos, ajeno al escándalo y a la orden de abandonar el Castillo. Ese último verano en Tepic supo que no estaba solo, ¡y cómo lo disfrutó! Sabe que aquí, en el Colegio, tampoco es excepcional, pero nadie admite nada en público. Se desespera, sale corriendo al patio hecho un mar de lágrimas rabiosas y, por último, decide arrojarse al vacío. En el frenesí de la carrera cree escuchar gritos, cañonazos y disparos que atribuye a una imaginación desbordada, tropieza con la Bandera Nacional que dos cadetes bisoños arrían con premura, se enreda con ella y se precipita sobre las rocas treinta metros abajo, frente a los extrañados yanquis que aguardan órdenes.
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