Llegaban con Morgana en busca de placer, de pecado, de una noche divertida y sensual. Pero ella ofrecía más que eso, la hermana de Arturo los acariciaba como ninguna mortal sabía hacerlo: cuando tomaba entre sus manos el miembro para succionarlo, cada caballero entendía que tal lascivia costaríale muy cara. Pellizcaba con suma delicadeza los testículos y les mordía el glande. Luego ensalivaba —generosa— el pene mientras pausada y firmemente lo manipulaba. Estaba atenta al momento exacto en el que la eyaculación era inminente y la detenía, clavando el dedo índice contra ese punto en la base del bálano que sólo ella conocía. Por fin, después de tres o cuatro veces de reprimirlos de esta manera, dejaba que se derramaran; restregándose el copioso producto en el rostro a la vez que estallaba en mágicas risas cantarinas.
Aquellos valientes de Camelot nunca volvían a ser los mismos, veíaseles vagar desesperanzados por los caminos del mundo: ya no buscaban significado a su vida... ni esperaban alcanzar honrosa salvación para su alma.
9 sep 2002
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