El ataúd de ébano lucía forros de raso verde esmeralda a tono con el uniforme ceremonial del Castellano, de terciopelo de seda en morado real de Prusia y ostentando todas las condecoraciones. ¡Y qué brillo el de aquellos colmillos, como si aún estuviera muerto en vida!
Una hora antes, al dar inicio las exequias, los deudos habían sacrificado setenta doncellas, cuya sangre —vertida sobre la tierra en honor a tan egregio personaje— jamás disfrutaría vampiro alguno.
Cuando se sellaron las puertas de la cripta, los afligidos nocherniegos se alejaron en silencio, casi sin despedirse y volando pensativos hacia sus respectivos países. Ya en casa, y a diario durante los próximos meses, se despertarán entre sudores helados a pleno sol, desgañitándose y llorando... muertos de terror, víctimas de pesadillas con estacas, balas argénteas y crucifijos malditos.
6 jun 2003
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario