¡Inclínate ante mí! —gritaba Yahvé al impertérrito Lucifer— ¡¡Humíllate!!
Mas el ángel caído nunca le rendiría vasallaje. Al menos de éso podría vanagloriarse, a pesar de haber perdido.
El Creador, entonces, ordenó que precipitaran a su enemigo, hacia la sima infinita.
Satanás sonrió mientras desaparecía en el abismo... Fue demasiado: Dios, ciego de orgullo, se arrojó también.
22 ene 2004
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