29 abr 2004

Alturas

El Tiempo detuvo su fluir en esa carpa que para él era un templo. Ruidos y alientos se convirtieron en sólo un zumbido perpetuo, la atmósfera devino un cuerpo estático y borroso, y aquel aplauso con que lo había recibido el público se petrificó para la Eternidad —casi como él encima del trapecio.

Cuando los zopilotes terminaron de arrancar los últimos pedazos de pellejo seco a los huesos del acróbata, la vida recuperó el ritmo habitual de siempre y dio inicio el intermedio de los payasos.

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[El hipotexto es, por supuesto, "Ein Trapezkünstler", de Kafka"]

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