El cuadro es imparcial testigo, mudo relator de portentos tales que de no ser el retrato copia fiel del narrador, nomás no me los creo.
Observad las arrugas, verdaderas hondas fosas cavadas por cien años, cada una con mil surcos arados otro tanto, y en cada surco fosas.
Mas no toquéis, que temo se desprendan pedazos de pellejo deste lienzo igual que desprendía gangrenados costrones de piel seca aquella cara.
Mirad también el cuerpo, es decir no miréis nada, sólo quedan cenizas donde fuego no hubo y menos llamas: inexistente rastro o huella mínima.
Pero voltead, conmigo contemplad al espejo la faz, la viva imagen de este bello varón de veinte abriles; joven, noble y egregio de verdad.
Este héroe que ayer apenas casi muerto vivía, casi vivo se moría; sordo y ciego, en su pus languidecía cuando de pronto al lado miró el áspid y al punto le vendió la su alma débil. No ha transcurrido, ¡júrolo!, ni un día.
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