12 jul 2004

La lluvierita


La llenaban de alabanzas y bendiciones mientras chapoteaban de alegría en el aguacero, todos querían tocarla. Gracias a la lluviera terminaba la sequía. El chubasco duraba ya horas y las milpas estarían muy pronto a rebosar.

Se dirigió a los notables —quienes rojos, gordos y escandalosos compartían el júbilo popular desde los portales— a solicitar el pago acordado. Mas se negaron a honrar el contrato, hubo quien alegó que la lluvia no era obra suya.

Juana Carbajal Tzompi se quedó callada y ni siquiera los miró. Se alejó en dirección al centro de la plaza donde comenzó a danzar de nuevo. Una tremenda granizada cayó de repente con certeros proyectiles que destrozaron los cráneos de todos los niños que festejaban entre la multitud, aun los de aquellos que pensaron haber encontrado refugio en las casas y edificios que se derrumbaban.

Cuando escampó, la Cabecera Municipal yacía destruida, como aplastada contra el fértil paisaje. Por la cañada el torrente arrastraba con sus aguas rojas un centenar de pequeños cadáveres.

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