Hoy decide llevar sólo las exquisitas medias de seda sintética y los
zapatos de tacón, pero un resto de pudor la conmina a ponerse el
négligée. En los corredores se escucha el crescendo de las risas y el
secreteo que anticipa los placeres de tan mágica noche. En el acmé de la
excitación voltea al viejo sillón y mira con desprecio el hábito. De
pronto, la recorre un escalofrío mientras piensa en el Altísimo.
—¡Bah!, ¡Dios no existe! —exclama cuando recupera la compostura e imagina el cuerpo desnudo de Sor Juana.
10 jul 2003
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