Su falda corta destaca las líneas pintadas con negro de humo en las piernas, no para fingir, sino para insinuar las inexistentes medias. Los cuatro soldados, clientes únicos en el derruido bistrot, apenas si voltean a verla, hasta que uno de ellos comienza a juguetear mostrándole el paquete que trae en la mano y que ella identifica de inmediato.
Los ojos de la chiquilla siguen ávidos la fascinación de las medias de seda, que se estiran y hacen bolita entre los cuarenta dedos que también magrean las tiernas carnes, mientras desesperada intenta explicar en incomprensible francés que se acuesta con todos, aun con el negro, pero si se las obsequian.
9 jul 2003
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