24 dic 2004

Gula de Navidad

La familia, con el corazón en vilo, sigue atenta los ruidos en el tiro de la chimenea —“skriich-skraach”—. Cuando aparece Santa Claus todos lo reciben de rodillas y en sepulcral silencio. El traje rojo y las barbas blancas son de sobra conocidas —no existe confusión alguna— este año han sido elegidos: darán de comer a tan descomunal apetito.

La mesa está servida y empiezan a traer las viandas, mas fuera del vino espumoso, San Nicolás desprecia todo, pero se relame los labios en anticipación al plato principal. La estuvieron engordando todo el año, la dorada piel y el exquisito aroma indican que está en su punto. La pequeña niña de ocho años fue sacrificada sin dolor —nunca lo supo, incluso en el último momento creyó— y cuando fue trinchada crujió según las normas de la haute cuisine.

—¡Anímense, alcanza para todos! —rugió el invitado— ¡pongan música!

Uno a uno, primero las mellizas, luego el padre y enseguida el mayor —y por fin, la renuente madre—, comenzaron a cortar trocitos, paladeando el suculento manjar.

—¡¡Juo-jo-jó!! —estalló Santa, satisfecho del festín y de tan agradable compañía.