20 jul 2009
De casta
Dicen que al ocaso, en el último instante del Sol, puede verse un destello verde en lontananza. ¡Quién sabe! Pero es por preguntas como ésta que siempre ha envidiado a los vampiros transmogrificados a partir de humanos vulgares.
19 jul 2009
Rutina
Recién muere el atardecer, y se rasura frente al espejo en donde ha pegado una fotografía de cuando aún no era vampiro. Se arroja por la ventana y emprende el vuelo; como todos las noches, despliega las alas que las luces de la Ciudad no quieren convertir en sombra y, como todas las noches, evita los apotropaicos más comunes —balas de plata, hoces, crucifijos y estacas—. Luego de su fallida expedición de caza —como siempre— se posa en la misma esquina de tantos ayeres y —como siempre— pide lo de siempre: una orden de tacos de moronga.
—Sin ajo —le dice al paisa— y poca cebolla, ¡ah!, y una pepsi.
15 jul 2009
Lucidez
"...Sólo pido que escurra ese cabello
entre estas manos ávidas de ti, del sol entre tus piernas
y del sol que se escurre por las hojas y refleja
tu sombra en mi mirada, turbia de llorar
tras no pedirte un beso…"
A menudo, durante el vuelo nocturno, se encontraba recitando este poema que encontró manuscrito junto al libro de horas de una joven rubia de cabellos como el oro, a la que no se atrevió a morder —aunque permaneció mirándola dormir hasta casi ser sorprendido por el día, entre cuyas primeras sombras tuvo que cobijarse mientras huía de ahí a toda prisa. Y es que añoraba el Sol que nunca había sentido sobre la piel. Poco antes del amanecer, en algún páramo desolado, jugaba a que lo perseguía la penumbra, aun a riesgo de resultar calcinado. En las noches de luna llena, se le quedaba mirando, extático, elucubrando acerca de la fuente de tanta luz. En su ataúd, soñaba que yacía en alguna playa tropical, que exploraba inmensas selvas tórridas, que desfallecía de alegría en el desierto, o que partía en la primera misión tripulada en dirección al Astro Rey. Una noche, a la hora de comenzar las rondas, no apareció, cuando fueron a buscarlo sólo encontraron un puñado de cenizas doradas sobre el raso blanquísimo.
entre estas manos ávidas de ti, del sol entre tus piernas
y del sol que se escurre por las hojas y refleja
tu sombra en mi mirada, turbia de llorar
tras no pedirte un beso…"
A menudo, durante el vuelo nocturno, se encontraba recitando este poema que encontró manuscrito junto al libro de horas de una joven rubia de cabellos como el oro, a la que no se atrevió a morder —aunque permaneció mirándola dormir hasta casi ser sorprendido por el día, entre cuyas primeras sombras tuvo que cobijarse mientras huía de ahí a toda prisa. Y es que añoraba el Sol que nunca había sentido sobre la piel. Poco antes del amanecer, en algún páramo desolado, jugaba a que lo perseguía la penumbra, aun a riesgo de resultar calcinado. En las noches de luna llena, se le quedaba mirando, extático, elucubrando acerca de la fuente de tanta luz. En su ataúd, soñaba que yacía en alguna playa tropical, que exploraba inmensas selvas tórridas, que desfallecía de alegría en el desierto, o que partía en la primera misión tripulada en dirección al Astro Rey. Una noche, a la hora de comenzar las rondas, no apareció, cuando fueron a buscarlo sólo encontraron un puñado de cenizas doradas sobre el raso blanquísimo.
12 jul 2009
La destrucción del Templo
«...Y entonces, al tercer día finges que resucitas, ¡pon mucha
atención!, si dejas que entre un solo rayo de luz, te achicharras y
echas a perder todo. Te escondes en la grieta aquella, luego, cuando
llegue María Magdalena, nomás va a encontrar un perfecto desmadre y un
ángel que, como sabes, son nuestras contrapartes de día, vampiros
diurnos, por llamarlos de alguna manera. Repasemos el plan: primero te
descuelgan y te envuelven en el sudario, después, sin que nadie se dé
cuenta, Arimatea te muerde en el cuello, te depositan en la tumba y la
cierran con la piedrota ésa, le pagan el soborno a los centuriones para
que se larguen al filo de la media noche, ¿no se me olvida nada?,
emborrachar a Longinos y cambiarle la lanza por una de hierro dulce, que
te tomen el pulso enfrente de los testigos en la cripta... En fin, creo
que no puede estar más claro.»
10 jul 2009
"Tomad y bebed..."
Corría el Concilio de Trento. Abajo, los egregios teólogos y notables prelados, condenaban al anatema a quien negara la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en la hostia consagrada. Los vampiros, apergolados en las viejas trabes del coro, se protegían de la luz, insomnes con todo el ruido ése.
Uno de ellos, en oyendo tanta pendejada, no se resistió al chascarrillo: —...¡y yo que soy luterano!
Uno de ellos, en oyendo tanta pendejada, no se resistió al chascarrillo: —...¡y yo que soy luterano!
4 jul 2009
Vigores
Vi
cómo del cuello brotaba la sangre caliente, y sentí cómo las uñas se
clavaban en mi carne mientras su aliento se extinguía entre los
estertores de la muerte. Pero no pude succionar, mis lametazos fueron
infructuosos.
Dicen que ya hay cura para la impotencia... ¡No sé!
Dicen que ya hay cura para la impotencia... ¡No sé!
1 jul 2009
El cuerpo y la sangre
—Señor..., ¡aparta de mí este cáliz!
El varón se retuerce entre desear la carne que ama y ansiar la sangre que no ha probado. En un rincón yace, amodorrada, desnuda y hecha jirones, la hembra por quien suspira y espumarajea.
Sabe que no resistirá, y suplica por enésima vez a la deidad desconocida —¡aparta de mí este caliz!
Yergue todos los músculos del cuerpo y despliega las alas, las hincha y derriba, con un estertor de desesperanza, los muros y la bóveda de la cripta que en la debacle respeta el ara donde apenas despierta ella. El primer rayo del sol que asoma incide en la vida del vampiro que se inflama. Con el último fulgor de su mirada cree distinguir los incipientes colmillos y las delicadas alas en botón, y oye como aúlla aterrorizada cuando también es alcanzada por la luz y empieza a arder.
El varón se retuerce entre desear la carne que ama y ansiar la sangre que no ha probado. En un rincón yace, amodorrada, desnuda y hecha jirones, la hembra por quien suspira y espumarajea.
Sabe que no resistirá, y suplica por enésima vez a la deidad desconocida —¡aparta de mí este caliz!
Yergue todos los músculos del cuerpo y despliega las alas, las hincha y derriba, con un estertor de desesperanza, los muros y la bóveda de la cripta que en la debacle respeta el ara donde apenas despierta ella. El primer rayo del sol que asoma incide en la vida del vampiro que se inflama. Con el último fulgor de su mirada cree distinguir los incipientes colmillos y las delicadas alas en botón, y oye como aúlla aterrorizada cuando también es alcanzada por la luz y empieza a arder.
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