3 abr 2014

Pesadilla con serpientes

Hoy hace un año que quemó a las brujas, y regresa al lugar del holocausto. El erial se ha poblado de rosales silvestres —uno por cada condenada— y están a reventar de escaramujos. El inquisidor Sosa González se arrastra hasta donde ardió Lida y comienza a devorar los frutos en un frenesí que no puede controlar, mientras que las espinas le flagelan las carnes y el alma.

Al anochecer busca refugio junto a una roca, y sueña que sus brazos se convierten en serpientes y que las venas del cuello se le hinchan y también son serpientes. Lo visitan imágenes de los gritos de espanto tatuados en el humo de las piras sacrificiales

De madrugada le llega un olor a tierra recién nacida, a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Se quiere morir, no puede. Se aleja dando tumbos y suplicando misericordia, deja un rastro de sangre y lo persiguen las últimas palabras de la hechicera: «Nunca dejarás de desear, ni después de muerto, mis sagradas formas».