7 jun 2003

Chippendale

—Elegantes damas aquí presentes... —La voz del sonido retumba clara y lasciva entre el silencio de la concurrencia a punto de estallar.

Instantes después, de entre las luces apagadas y el redoble del tambor, el reflector ilumina el sencillo taburete del proscenio. Cuando comienza la música sensual y exótica aparece, como de la nada, un hombre desnudo.

Exhibe una figura atlética y elegante, aunque su cincuentena resulte evidente para el público, formado por ricas damas de todas las edades que exclaman entusiasmadas —¡Quiero!, ¡papacito!

Los movimientos acompasados a los de la orquesta provocan una andanada de alaridos en el momento que toma la trusa que le arrojan y se la pone.

—¡¡Ayyyyyy!! ¡¡Mmmmmm!! ¡¡Más, más!!...

Una a una y con lentitud extrema, sigue con el resto de las prendas, mientras el juego de las luces y la cadencia de la erótica danza acompañan los efluvios hormonales femeninos.

—¡Así, así! ¡Mi amor, mi dios! ¡Ven, ven...!

Al final, calza los zapatos de charol, se ajusta la levita y cubre el rostro con la capa... Mas el clímax llega cuando muestra los ebúrneos colmillos. Las espectadoras entonces trepan frenéticas al escenario. Una de ellas, la afortunada, logra ensartarle el cuello y muere allí mismo entre espasmos de placer y una profusa hemorragia.

—¡¡Yo, yo!! ¿¡Por qué...!?

Las otras se mesan los cabellos y desgarran sus ropas al tiempo que, sin éxito, tratan de tocar por última vez al vampiro que se desvanece.

No hay comentarios.: