14 may 2008

Travesuras

La casa de mis padres siempre tuvo una enredadera, una hiedra enorme que abarcaba todo el enrejado. Era común, años después y según ibamos creciendo, encontrar olvidados juguetes: pelotas, empuñaduras de espadas míticas, barbies encueradas y cabezas de peluche. También fue allí donde encontramos a Pérez, Pérez era la tortuga que compramos bien chiquita y que en quince años creció hasta casi treinta centímetros..., todavía anda por ahí.

Hace unas semanas murió mi madre y yo me voy a quedar a vivir en la casa, mi hija se ha casado y tuve que quitar la enredadera, la reja se había oxidado toda y estaba a punto de caerse. He querido hacer una renovación total, cambiar el "look"..., algo fresco.

Nos gustaba que Betito viniera a jugar con nosotros, le hacíamos muchas maldades y siempre nos estabábamos burlando de él. Recuerdo cómo aquella vez nos desternillábamos de la risa viendo, desde la ventana de nuestro cuarto, a su mamá que lloraba desesperada mientras preguntaba por su bebé. Es que fue muy chistoso cuando lo metimos entre las ramas y las hojas y no podía salir. Hoy en la mañana los albañiles encontraron su esqueleto, aún retorcido y con un rictus de terror.

3 comentarios:

Paola Cescon dijo...

Rubén querido y Nicks varios:
Enlazado a http://minimoanimaldemente.blogspot.com
Buenísimos, algunos no los "conocía", siempre tu genio aleteando letras.
Beso enormísimo desde la minimalidad argenta (Te veo adonde ya sabemos)
Pao y su faldita

Mónica Sánchez Escuer dijo...

Final inesperado y terrorífico. Muy bueno, me gustó.
Saludos

Rubén Pesquera Roa dijo...

Gracias, Mónica.