8 sep 2010

Botánica

Se muere de aburrimiento, aunque sólo es un decir, no se muere. Hace trescientos años que languidece entre esa duermevela que es el vivir tanto tiempo. Pasa temporadas enteras como vegetal, transpirando apenas y en procesos fotosintéticos. Ya ni se acuerda del color verde que, en invierno, su estación más activa, se torna en una pruina grisácea con destellos plateados.

 Eructos, flatulencias y suspiros se prolongan por semanas, la ruta del refrigerador al sofá le toma días. A veces intenta masturbarse, pero termina en un vahído y recuerda que no hay clímax posible, no para él.

 Ayer por fin descubrió que estaba echando raíces, unas muy extrañas, que le brotan de la cabeza, que se dirigen hacia el cielo, como imprecando al Creador, como si quisieran estrangular a tan cruel deidad.

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