Yacía en un exhibidor de guadamecí brocado en el Salón del Trono. En un día de visitas una niña gritó: —¡Ese libro no tiene nada, todas sus páginas están vacías! —, la madre aterrorizada volteó a ver a Su Majestad. El soberano les guiñó el ojo y siguió conversando, desnudo, con sus ministros.
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