19 dic 2012

La Ciudad de Guadalupe

¡Otra vez doce de diciembre! Y otra vez la cadena de almas aplastadas por el peso de la ciudad, como huevecillos de mariposa abortados en agua de albañal. Están las niñas, terceras y cuartas apuestas por varoncito, ¡ni modo!, que se ganen la vida como puedan, aquí pagan bien, en Cantera, justo atrás de la Iglesia del Pocito, dizque las van a venir a ver, no es cierto, nadie visita a las putas. Y los perros —el atrio de la Basílica abarrotado de perros atragantándose con tanta porquería antes de que los barrenderos se alcen con ella— que seguirán rondando en espera de sus amos, que si les alcanzó para traérselos ya no tienen un quinto para llevárselos de vuelta. Está también Margarito, que terminó en la Cruz Roja para que le amputaran ambas piernas, y que luego lo botó una ambulancia en el Bosque de Chapultepec... Y muchos más, borrachos, pachecos o pobrecitos a los que la Virgencita no les hizo el milagro y ya no tienen ni un petate donde caerse muertos.

Yo que nomás observo cómo son las cosas entiendo bien la lección, una lección de astronomía: los peregrinos —millón, millón y medio— que se van a su pueblos son como cometas que regresan cada año al mismo punto de la órbita de la Tierra; los que se quedan —Jacaranda, Yessenia, Zoila, Juana Carbajal, Lupe Wences, la otra Juana..., el Grullo, la Merci, el Jierros..., Margarito, Chuy, Moy, el Güero, don Nico—... son como fragmentos de planeta que captura ese agujero negro que es la Ciudad, de cuya fuerza de atracción nadie se escapa.

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