Sería su último salto —el hombre había planeado todo con maña, lo embadurnó con brea para que prendiera fuego de inmediato—. Mas no iba a irse así nomás.
Al primer latigazo, el tigre tomó vuelo y se lanzó hacia el círculo en llamas, se desvió un par de centímetros y de un zarpazo le sajó el cuello al domador. Durante un instante lanzó una mirada de ópalo incandescente a la mujer que gritaba aterrorizada, y continuó su impulso.
El público de pie se deshizo en aplausos y hurras cuando la bola de fuego cayó del otro lado de la jaula.
19 ene 2013
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