11 dic 2003

El experimento de la gruta

Imaginad una oscura prisión subterránea. En ella, un grupo de seres humanos ha permanecido encadenado desde la infancia, el rostro siempre vuelto hacia un mismo sitio. Se han tomado las medidas suficientes y necesarias para que los sujetos —aislados de cualesquier experiencia sensorial— sobrevivan hasta la edad adulta. Sin conocer otra forma de estar vivos, existen satisfechos. Si fueran liberados, serían incapaces de valerse por sí mismos. A la entrada de la caverna —muy lejos y fuera del alcance perceptual de estos hombres y mujeres de laboratorio— comienza a reunirse el equipo interdisciplinario de científicos y filósofos: hay dispuesta una sala de prensa con tecnología de punta y enlaces a los principales medios de comunicación. Se cuchichean especulaciones y se arrojan unos a otros hipótesis sobre horrores, sorpresas, verdades y condiciones, pero sobre todo se debate acerca de las Ideas.

Imaginaos la hoguera que se enciende, a los titiriteros con el espectáculo de sombras chinescas a punto, y ese silencio absoluto. Ved, cerrad vuestros ojos y juzgad: La desesperación de tanta eminencia y tanta testa laureada cuando se descubre que sus miserables víctimas hace mucho que son ciegos. Oíd la gruta inundándose de las recriminaciones y las invectivas de aquellos sabios, y de los alaridos de azoro, miedo y placer de quienes por vez primera huelen humo, escuchan crepitares, conocen el calor... Estos infelices, aun sin ojos..., ¡ven!

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