1 sep 2002

Gn 16:1-4

Saraí nunca pudo darle un hijo a Abram, pero lo que más le preocupaba era que su esposo ya no hallara placer en su cuerpo. Así que dijo a su cónyuge: "Aunque me esfuerce, ya no puedo provocarte un sólo derrame. Sáciate ahora con mi esclava, Hagar la Egipcia; es una hembra virgen, hermosa y casi niña. Alcanza dentro de su carne lo que en mis entrañas te es imposible."

Ella atestiguaba la consumación de la cópula, oculta apenas por una celosía. Excitados alaridos adolescentes, y viriles bufidos, espetábanle la húmeda y paroxística penetración. Hagar, alcanzando el clímax, clavó salvajemente sus uñas en los ijares de quien, muy hábil, desfloraba su inocencia. Los ojos de Abram quedaron blancos al tiempo que eyaculaba.

Súbitamente, Saraí, arrastrando consigo la cortina, se arrojó jadeando sobre el lecho venéreo. Quiso compartir aquel exquisito y brutal orgasmo que, al menos para ella, ocurría por primera vez en la vida.

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