En un calabozo de la Bastilla languidece el hermano de Luis XIV. El rostro artificial no es tan incómodo, la aleación no es tan pesada, y la fina gamuza que lo forra atenúa un poco la angustia. Además, por las noches puede prescindir de ella. Las cenas son siempre opíparas y no le faltan buenos libros. Aun Ana de Austria, su madre, lo visita una vez a la semana y le trae doncellas y música.
En el Louvre, es hora de que el Rey Sol se desvista. A solas se quita las vendas que tantas horas le han comprimido los pechos, y a solas se quita el falso paquete que tiene que soportar entre las ingles... Y piensa, casi todas las noches, que en verdad es ella, es ella la que carga con la máscara de hierro.
5 oct 2010
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